A bailar se ha dicho
Por qué siempre que voy a algún evento social, celebración,
fiesta, aniversario o reunión de camaradería me tienen que sacar a bailar
delante de todo el mundo? Siempre me hago esa pregunta. Es algo así
como una Ley de Murphy aplicada a la posibilidad de pasar roche, es decir, si
existe la posibilidad de pasar alguna vergüenza definitivamente la pasarás.
Por ejemplo, mi suegrito me invita a una reunión de
confraternidad de sus amigos del grupo de fulbito, muchos de ellos doctores,
muchos otros policías. Es una comida, en terno, cordial, amistosa,
con trago y un show folclórico. Nosotros (mi suegro, mi esposa y yo)
llegamos, nos sentamos en la mesa muy adelante, mejor dicho extremadamente
adelante y empieza el show. Yo estoy tranquilo, empiezo a conversar
con los demás miembros de la mesa, viene el trago, acepto una copa con
cordialidad y empieza el show. Inmediatamente salen los bailarines de
negroide. Un par de parejas que la rompen, se doblan y desdoblan con
una facilidad envidiable durante varios minutos.
Vamos esperando a que sirvan la comida mientras disfrutamos
el talento de los bailarines, ahora tratando de quemarse el alcatraz unos a
otros. Que agradable es ser un espectador más en un espectáculo tan
bonito. Acaba el baile sin traseros incendiados pero el grupo de música sigue
tocando el ritmo. Por qué siguen tocando si ya acabaron de bailar me
pregunto, tratando de convencerme que todo está bien y que es solo un
error. Pero ellos son profesionales y no cometen errores. Los
errores los cometemos los ilusos como yo. De repente y sin previo
aviso los bailarines sacan del público a unas señoras elegantísimas para que
muevan sus caderotas y las bailarinas empiezan a buscar también a sus
respectivas víctimas. Son profesionales y saben distinguir solo con
el olfato, quien sabe bailar y quien no sabe. Y obviamente su
experiencia les dice que tienen que sacar a los más graciosos, es
decir a los que no saben bailar.
Las señoritas bailarinas profesionales se van moviendo por
todo el frente del escenario rastreando con sus ojos de pantera a los más
troncos y los más potencialmente graciosos comensales para sacarlos al
frente. Yo, que ya me di cuenta de toda la situación veo que es muy
tarde para irme al baño, está muy lejos y tendría que atravesar justamente la
pista de baile. Solo me quedaba el viejo truco de hacerme el que
conversa animadamente en la mesa y pasar desapercibido. Empezar a
servir el trago a los que tienen el vaso vacío, poner cara de paisaje y decir
corporalmente a todo el mundo que estoy sumamente ocupado tratando de hacer
sentir bien a mí mesa y que no puedo bailar en este momento (no me llames que
yo te llamaré).
Me acordé en ese momento cuando el profesor llamaba a
cualquier alumno para un examen oral sorpresa en el colegio y todo el salón
enterraba la cabeza o dirigía sus ojos a la ventana para evitar cruzar
peligrosamente alguna mirada con él.
Fue la misma sensación y, al igual que el profesor del
colegio, la bailarina, una morena más alta que yo me dijo con un tono de orden
con carácter obligatorio que la acompañara al escenario. Es solo una
fiesta de camaradería de un grupo de amigos de mi suegro, me trataba de
convencer para aligerar la gran tensión, ansiedad y roche que iba sintiendo mi
cuerpo. La gente de la mesa celebró mi elección con unas estruendosas palmas y
toda la fiesta (de quizas unas 200 personas) ya empezaba a reírse de mi y a
pasarla bien, incluso antes de que yo iniciara o intentara algún paso de
negroide como defensa ante tremenda mujer pantera.
Fue inútil. Yo trataba de moverme lo mas rítmico
posible pero estaba acabado. Mi cara de ponjita turístico, el sonido
del cajón y el trago de la fiesta me coronó como el bailarín mas simpático de
las cuatro parejas (que es casi lo opuesto de ser el mejor) y yo lo tomé como
lo que era, un premio consuelo. Recuerdo que iba para arriba, luego
para abajo, mano a la cintura, movimiento de caderas, mueve las rodillas,
sacude los hombritos, bahhhhh, todo fue inútil. O me reía con todo el mundo o
me cagaba la autoestima por todo el resto del año.
La música se fue acabando y con ello también mi
calvario. La bailarina profesional se me acercó y me dio amablemente
las gracias. Yo estaba bañado en sudor, ella mantenía su maquillaje
intacto, la gente seguía cagándose de risa, mi suegro y mi esposa celebraban el
show y yo agradecía al destino la nueva oportunidad que me había dado para
desarrollar mi sentido de tolerancia, para aprender a tener más correa, para
saber que no tengo que sentarme muy cerca (y mucho menos al frente) del
escenario y para aprender a aceptarme tal como soy: un poco tronco, con cara de
japonecito e irresistible para las mujeres pantera.
No fue la primera y estoy seguro que no será la última
vez. Vendrán muchas más reuniones (y Leyes de Murphy aplicadas al
roche) y allí estaré, tratando inútilmente de pasar piola, tratando de
esconderme y aprendiendo a reírme de mi mismo con ayuda de la risa de los
demás.
Comentarios