Vacaciones en Mancora cap IV
Vacaciones en Mancora
Capitulo IV
Capitulo IV
Gente bien
El Mudo me contaría a la mañana siguiente que consoló a María
Isabel por largo rato hasta que ella se sintió mejor. Se enteró que me tenían
como amigo mutuo y siguieron conversando hasta el amanecer. El Mudo supo de
algunos aspectos de su vida y la escuchó atentamente como la hace un sacerdote
con un feligrés, un hermano mayor a un hermano menor o el abuelo al sobrino. Él
no podía comprender que cosas así le pasaran a alguien y menos a esa chica tan
bella que en raras circunstancias había conocido. El desgraciado que la había
lastimado pensaba que María Isabel lo estaba engañando y en un arrebato de
celos junto con exceso de alcohol actuó de la manera más vil.
Durante el tiempo que estuvieron juntos el Mudo se fue
enamorando de lo mismo que yo en aquella velada que pasamos en La Rosa Náutica
sobre el mar. Me dijo que sentía una
necesidad de protegerla, y no dejar que nunca nadie le haga daño. En mi cabeza
no hacía más que pensar que tal vez el destino que la vida le trazó a María
Isabel estaba lleno de infortunios y tragedias cuando se trataba del sexo opuesto
ya que tanto su padre, la ex apreja de la madre y su enamorado la habían
tratado mal directa o indirectamente. Pensaba que el destino es uno y nadie lo
puede cambiar, su karma estaba ya establecido, y por más que no lo quisiera iba
a vivir una vida que ya estaba escrita, si tan sólo ella pudiera conocer a
alguien que le brinde afecto sería lo mejor que le pudiera pasar.
Al despertar del tercer día fui a la playa con el Mudo que
estaba muy consternado por lo que había visto la noche anterior. Le dije que a
mí también me dolía mucho pero que no se preocupara, él no tenía la culpa de
las cosas de la vida. Me miró asentando la cabeza mientras le daba la última
pitada a su cigarrillo. Entramos al mar, el agua estaba fría y el mar demasiado
calmo.
La sensación de estar en el mar en un día de verano era
maravillosa, no podía creer que hacía sólo unas semanas había tenido el ciclo
más difícil de toda mi carrera, y el que venía según lo que me habían contado
sería peor. Pero allí estaba sin nada de que preocuparse, solo con el Sol, el
cielo, el mar, la arena y las palmeras. No tenía que preocuparme de un parcial,
práctica o trabajo semestral que preparar, tampoco de formar grupos de estudios
e ir a clases, siendo esto último lo más pesado. Recuerdo cómo mi padre siempre
me decía que los estudios eran la mejor etapa de uno porque no había
preocupaciones económicas ni maritales, después vendrían una serie de
responsabilidades y obligaciones, las cuales quitan fácilmente la tranquilidad,
paz y armonía. No lo comprendía porque la universidad para mí estaba llena de
obligaciones y responsabilidades agobiantes, sobre todo responsabilidades por
las que uno paga. Irónico, pero uno paga por estudiar en la universidad, uno
paga para que lo llenen de tareas y obligaciones. Lo que más quería en la vida
era terminar la carrera y ser libre. Y obviamente tener una vida fructífera con
algún éxito económico que me permitiera descansar y disfrutar de un día de
playa. No sabía lo que el futuro me depararía, pero sí que cualquiera que éste
fuese jamás podría renunciar al placer del mar.
Para mí al igual que mucha gente que nace frente al mar, el
estar desnudo al contacto con la naturaleza es como un ritual de purificación.
Sentir el viento y el calor, la arena seca y luego mojada en los pies a medida
que uno se aproxima al agua, el golpe del mar templado como si fuera un baldazo
de agua fría que congela mis piernas, brazos y espalda, son un placer
indescriptible. Después de unos segundos de conmoción el cuerpo entero se
aclimata, el agua se siente menos helada y el mar me traga, me mece, me baña, y
me hace sentir empequeñecido por su fuerza y masa.
Y si le sumamos la buena compañía de amigos, hacen que uno
pase unas vacaciones extraordinarias, y allí me encontraba frente al mar y con
un nuevo amigo.
Como de costumbre cada vez que conocía a alguien le hacía
algunas preguntas, no solamente para saber más de aquella persona, sino para
iniciar una conversación. Le pregunté al Mudo dónde estudiaba, aunque sabía la
respuesta.
—Estudio en la Ricardo Palma, Arquitectura, ¿y tú? —dijo el
Mudo.
—Sí, ya recuerdo, Felipe me lo contó por teléfono. Yo estudio
Administración en la Universidad de Lima y no me preguntes por qué, no sabría
responderte a la pregunta —dije.
—¿Por qué?
—Escogí esta carrera por descarte, no me gustan los números
por lo que no escogí Ingeniería ni Arquitectura, ni hablar de leyes y Medicina,
eso no es para mí, letras me hubiera gustado, algo así como Historia o literatura,
pero eso no da plata, por eso decidí Administración ya que prefiero lo real y
palpable, aunque tiene sus desventajas.
Cuando entré a la universidad no pensé en estudiar una
carrera tradicional, sino algo que esté relacionado con los negocios, y que me
diera un amplio rango de posibilidades para el éxito, le expliqué. Las
desventajas a medida que iba transcurriendo la carrera eran numerosas. La
primera era que los administradores carecían de un oficio reglamentado como la
Medicina. Un médico tenía que pasar sus exámenes, y de acuerdo a lo que escoja,
su diploma será el certificado para operar y otra persona no lo podrá hacer
legalmente, mientras que cualquiera puede crear y administrar un negocio sin un
diploma o certificado. La segunda desventaja es consecuencia de la primera. La
falta de exclusividad hace que la competencia en el mercado de administradores
de empresas sea durísima, ya que muchos que no terminan o no encuentran trabajo
en otras carreras acaban ocupando los puestos de los administradores. Si lo
conjugamos con la realidad que vive el país en el que hay pobreza y desempleo
donde jamás el número de graduados de Medicina o Ingeniería será menor o aún
igual a la oferta de trabajo en el mercado, quedando el excedente a competir en
labores administrativas, el resultado no es nada placentero no sólo para los
administradores sino para la mayoría de jóvenes graduados.
El Mudo venía de una familia de constructores, y para él el
futuro era prometedor, no tenía que hacer gran esfuerzo para sobresalir en la
vida ya que algún día heredaría el negocio de la familia. Ser un Cieza de León
en el Perú no era poca cosa, pero eso a él no le interesaba. Me decía que entre
su madre y sus hermanos que eran siete malgastaban los ingresos de la empresa
que su abuelo había creado y que luego su padre había expandido en lo que hoy
era Construcciones Valparaíso. Lo que él quería era aprovechar el nombre de la
familia para iniciar su propia empresa haciendo lo que más le fascinaba: la
Arquitectura. Para él una fachada, un edificio era no solamente eso sino arte,
belleza que se representaba primero en un papel, y luego en la obra. El arte
nacía de su fantasía que a través de sus manos se plasmaba en algo concreto,
aunque según él: lo concreto de la forma es también abstracto.
Yo no tenía la suerte de venir de una familia acaudalada pero
tampoco la mala suerte de ser pobre, el camino de mi vida seguramente estaría
lleno de piedras, aunque al menos nunca nos faltaría pan en la mesa como decía
mi madre. Esa frase no me servía de nada, ya que tener pan en la mesa
solventado por mis padres no significaba que yo había hecho algo en la vida
para merecerlo. No me preocupaba el hecho de ser pobre en un país de pobres, al
fin y al cabo, sería uno más de muchos peruanos pobres. Lo que me fastidiaba
era saber que, aunque tuviera educación las posibilidades de tener éxito eran
nulas. El país no iba para delante pero sí para atrás. Los políticos se comían
y se siguen comiendo lo poco que el Estado recauda, y los peruanos no pagamos
impuestos, y hacemos caso omiso de la ley, salvo que nos convenga lo contrario.
Nos robamos la electricidad del poste de luz pública, nos robamos el agua
potable de las uniones de las tuberías distritales, hurtamos las conexiones del
cable de televisión, plagiamos en los exámenes, nos gastamos hasta el último
centavo de la jornada en cerveza, no pagamos las multas, pero si preferimos
pagar una coima a la policía de tránsito, nos compramos jueces y medios de
comunicación, y cuando estamos en el Gobierno nos pagamos el salario más alto
del mercado. Mi futuro en comparación al del Mudo no era prometedor, pero qué
más daba, estaba en Máncora y no iba a dejar que la realidad me agobiara.
—Y lo que esperas es ser un gran arquitecto —le dije.
—No sé si seré ese “gran arquitecto” que tú dices, pero
trataré de serlo, además lo más importante es hacer lo que a uno le gusta en la
vida y eso es lo que justamente quiero hacer —dijo el Mudo.
—Mudo, espero que tengas suerte y me des trabajo si a mí no
me va bien, recuerda siempre a los amigos.
—Y tú también acuérdate de mí...
Al rato se nos unieron Felipe, José y Mario que venían del
hostal. Felipe con ganas de ver mujeres dijo:
—Porqué no vamos a caminar hasta el final de la playa.
—Estás loco compadre —le dije—, tú sabes que esta playa tiene
varios kilómetros de largo y con este sol...
—Te prometo que pararemos cada kilómetro y beberemos algo
—dijo Felipe.
La verdad que las
caminatas no me gustaban, tuve pie plano de pequeño y me molestaba el empeine
cuando caminaba mucho. Parecía que los demás estaban decididos, y solo no me
iba a quedar. Si iba a sufrir al menos tenía que tomarme algo. Caminar por la
playa bebiendo no se veía bien, poco me importaba. Al tener el estómago vacío
sentí que la cerveza iba directo al cerebro. Me tomé una lata de cerveza en
menos de cinco segundos en el kiosco desde donde partimos y llevé el resto de
la docena de latas en una bolsa. Antes de llegar a nuestra primera parada ya me
había bebido la mitad de ellas. No sentía calor y en mis pies nada de dolor. El
vaivén al caminar sobre la arena me producía una sensación extraña, era como si
de pronto me hubiera convertido en un trotador o en Bronco, feliz corriendo a
la orilla del mar en busca de una pelota de tenis.
Para Felipe la
cosa era distinta. No había una sola mujer que le agradara en toda la caminata,
José y Mario también se quejaban.
—Esto está lleno de puro calzoncillo —dijo Felipe.
—Bueno yo he visto uno que otro calzón por allí —dijo
el Mudo.
—No te pases —dijo Felipe—, a eso no le puedes llamar calzón,
están más feas que un bagre.
El Mudo y yo nos
retrasamos un poco. Me pareció que el tema de conversación no le interesaba. No
le molestaba caminar, es más le encantaba a diferencia mía, pero el hecho de
caminar sólo para ver chicas le parecía tonto, y más aún cuando el único tema
de conversación de esa tarde a la orilla de la playa era solamente hablar de calzones.
No era muy común escuchar a alguien hablar de esa manera, yo me consideraba
abierto a las ideas de los demás, y aunque no teníamos que pensar igual es
siempre interesante saber lo que otros piensan.
Después de un pequeño silencio me dijo como tratando de explicarse a sí
mismo:
—No es que no me gusten las chicas, me encantan mucho, a lo
que me refiero es la manera como los demás tienen una visión bastante cerrada
de la vida.
—¿A qué te refieres? ...no me malinterpretes con esta
pregunta, es sólo que no te entiendo —dije.
—Bueno mira, no sé si te has dado cuenta que desde que
estamos aquí todo lo que hemos hecho ha sido dormir, comer y chupar. Eso es lo
que la mayoría de nuestros contemporáneos hace, más malo aún es lo que se
conversa, los temas son banales y todo el mundo hace lo que los demás hacen
como si fueran borregos —dijo el Mudo.
—Quieres decir que somos superficiales.
—No es solamente eso. El ser superficial es algo natural en
todo ser humano, mientras seas muchas otras cosas más a la vez, y no sólo una,
la vida es menos aburrida. No te has fijado cómo todo el mundo se viste
parecido, va a los mismos lugares, las mismas universidades, y tienen esa
manera particular de hablar tan llena de jerga. Tal vez no lo notas, por ejemplo,
si vas a provincias y hablas se dan cuenta que eres limeño... Es muy difícil salirse del molde. No nos
damos cuenta que hacemos lo que los demás hacen y criticamos a otros que actúan
diferente, sólo aceptamos lo que conocemos, aunque esto sea poco rico en
vivencias y conocimientos.
—Sí lo he percibido pero el hecho de hacer lo que los demás
hacen no me convierte en un borrego porque sé hasta qué punto seguir la
corriente.
—Allí es donde voy, si dejas de seguirle la corriente a tu
grupo al final te apartan por ser diferente. Por qué no puedo estar con aquella
chica que no es de mi grupo, que tiene aparentemente menos clase o condición
social que la mía, por qué no podemos quedarnos un sábado por la noche en casa con
nuestros padres, por qué no puedo quedarme un viernes por la noche conversando
con mi abuelo de sus historias, por qué no puedo comentar El capital de
Marx, los síntomas de la depresión, o la última novela de Bryce, de hecho que
lo podría hacer, la pregunta es cuántos me seguirían y quisieran conversar de
aquello un viernes por la noche.
Abrí una lata de cerveza para mí y otra para el Mudo, se la
ofrecí y la aceptó. Lo hice como un acto de asociación, como diciéndole tómate
esta cerveza conmigo y brindemos por tus ideas, vamos, sigamos conversando. No
quise realmente interrumpirlo porque me parecía interesante lo que hasta ese
momento me contaba.
—Gracias por la cerveza... ya necesitaba una con este calor.
—No te preocupes Mudo, tómatela y sigue conversando.
A medida que seguíamos caminando el Mudo me iba contando sus
puntos de vista sobre la vida. Comprendía lo que decía porque la gente en
efecto sólo habla de lo mismo y se centra en ciertos aspectos que se tornan
monótonos y limitantes. Sí, había comprobado la falta de libertad que existe y
eso se reflejaba también en mi relación con Gracia. Dentro de nuestro círculo
había cosas que definitivamente no se podían hacer. Todo está bien mientras a
uno lo categoricen como gente bien. No lo había pensado de esa manera, y
aquel día caminando a la orilla del mar el Mudo me habría un nuevo panorama.
—Qué significa gente bien —explicaba el Mudo— cómo lo
podemos definir... alguien me lo puede explicar... significará gente bonita y
bajo qué parámetros: dinero, estatus social, color de la piel, procedencia u
origen, conocimientos en biología o leyes, no lo sé. Es que esto tiene que ver
con los zapatitos que llevo puestos, el jean y la camisa de moda, los
aros momo de mi carro, el celular que suena a cada rato, el peinado con
o sin raya a la izquierda, el reloj en mi muñeca o mi personalidad y virtudes.
—El otro día escuché a una tía decir que sólo invitaría a su
recepción a gente bien, siempre he escuchado esas palabras y nunca me
puse a pensar en su significado —dije como dándole la razón.
—Es lo mismo, por ejemplo cuando vas a pagar por una fiesta
en la casa de fulano de tal y quieres asegurarte que salga bien, lo primero que
preguntas a quien la organiza es: ¿y cómo sé que saldrá bien el tono? Te
responderá: sólo estoy repartiendo tarjetas a gente bien.
El Mudo no tenía
la apariencia de ser alguien que dijera esas cosas, más bien tenía la
apariencia de ser quien organizara un tono bien. Quizás los que le decían “Mudo” porque no
hablaba mucho no sabían que en realidad no hablaba porque no le interesaba
entablar una relación con lo que él mismo llamaba gente bien. Lo único
cierto para mí era que yo no era considerado así por el Mudo o al menos lo
aparentaba muy bien ya que me hablaba con mucha soltura y desenfado.
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