Vacaciones en Mancora cap VII
Vacaciones en Mancora
Capitulo VII
Curiosidad sexual
—No te perdono lo que acabas de hacer. Me has sacado de uno
de los momentos más placenteros de este viaje —dije por el salpicón de agua que
Malena me propinó mientras flotaba en el mar de Máncora y casi estaba por
desdoblarme.
Malena no se inmutó de lo que le dije, estaba allí parada
frente a mí. El agua le llegaba al final de sus pechos firmes. Su cabello
húmedo relucía con el brillo del sol. Un aspecto refrescante y excitante la
rodeaba, no podía dejar de admirar las gotas de agua salada que resbalaban por
sus pechos. Era la primera vez que la veía en traje de baño y eso despertó en
mí la curiosidad por descubrir su cuerpo entero.
—Me dijeron que estabas chapuceando por aquí y te vine a ver
—dijo Malena.
—No sabía que venías, pensé que te habías desanimado, como no
te había visto en estos días —dije.
—Vine a último momento con un grupo de amigos.
Fuimos caminando hacia la orilla. A medida que el nivel del
mar bajaba, más gotas de agua chorreaban por su cuerpo. Aparecían su cintura,
las curvas de su derriere y sus piernas largas y torneadas. Para ser tan alta
tenía los pies pequeños y se notaba que les daba el debido cuidado. Su piel
había adquirido un color dorado que contrastaba con lo blanco de su sonrisa.
Sentía la agitación de su corazón por el trajín de las olas, su pecho palpitaba
rápidamente y su aliento rozaba mi cara. Malena me hablaba y yo no podía
concentrarme, no escuché nada de lo que me decía, mi atención estaba en su
cuerpo, como si ella estuviera hablando en una película de cine mudo, pero con
imágenes a color. Sus labios se movían armoniosamente, gesticulaba agitadamente,
sus brazos se balanceaban de un lado a otro. Estaba tan cerca de mí que sentía
el calor de su cuerpo rozando el mío. Su respiración me embriagaba al punto que
noté cómo la sangre se dirigía a un solo lugar del cuerpo. Empecé a razonar
cuando me di cuenta que lo que venía era una erección. Traté rápidamente de
pensar en la universidad, en el frío del invierno limeño y el horrible cielo
gris de la ciudad. Hice un par de multiplicaciones, pero no funcionaron. Traté
nuevamente de concentrarme en algo que ya me había salvado más de una vez, la
raíz cuadrada de tres. Esto calmó mis emociones temporalmente. Salí airoso de
aquella situación embarazosa.
—Me escuchas Piero, te noto como si estuvieras pensando en
otra cosa —dijo Malena.
No sé si fueron las cervezas, el sol o la playa lo que me
llevó a ese estado. Nunca antes había sentido curiosidad sexual por ella. No
era mi tipo, no me gustaba su manera de pensar, es cierto que me entretenía y
me parecía graciosa, pero eso no era suficiente. Sería un error seguir pensando
en ella de esa manera, lo mejor era ignorar lo que sentía y seguir tratándola
como siempre.
—Estoy pensando quedarme después de año nuevo unos días más.
El problema es que nadie de mi grupo puede quedarse —dijo Malena.
—Yo también había pensado en eso, me agradaría quedarme aquí
un tiempo más, qué te parece si hablo con mis amigos, a lo mejor alguno de
ellos se quiere quedar y podremos compartir los gastos.
La idea era magnífica. Había estado tan poco relajado e
imbuido por la realidad de la ciudad que pensé me haría bien alargar mi estadía
por unos días más. La verdad la estaba pasando de maravilla, Máncora había
resultado ser un pequeño paraíso. La desconexión con el mundo turbulento era
energizante, algo que mi cuerpo pedía a gritos.
Me acerqué hacia los muchachos para preguntarles si alguno de
ellos pensaba quedarse después del primero de enero. Como Felipe, Mario y José
eran compañeros de la universidad no les presenté a Malena, además ella era
bastante popular. Sabiendo que el Mudo pertenecía a otra universidad procedí a
presentarla.
—Esta es Malena, Mudo, la conoces.
—Creo que te he visto en alguna parte, pero de todos modos
gusto de conocerte —dijo el Mudo.
Les conté la idea de Malena, para mi desgracia Felipe y Mario
comenzaban a trabajar de inmediato y querían empezar con el pie derecho sus
practicas en Kraft. José no tenía que trabajar en el verano, pero comenzaba
clases en la primera semana y además no tenía más dinero que gastar. Le dije
que si se trataba de dinero sólo tenía que pedírmelo y luego me lo pagaría
cuando quisiera. No pude convencerlo ya que a José no le gustaba deberle a
nadie. Los tres partirían el primero de enero.
—Y tú Mudo que has pensado —dije.
—No sería una mala idea, después del primero no va a ver
mucha gente y vamos a tener la playa para nosotros.
—Excelente —dije— ya somos tres los que nos quedamos, les
recomiendo que vayan haciendo sus llamadas para ampliar sus pasajes de regreso,
es mejor que lo hagamos cuanto antes para evitar una multa.
Acordé con Malena vernos en la noche para saludarnos por año
nuevo. Ella iría a la fiesta de Punta Sal y nosotros nos quedaríamos celebrando
en las calles de Máncora e iríamos después de la medianoche a la misma fiesta,
según escuchamos se podía entrar después de la una sin pagar entrada. Sólo
necesitábamos a alguien que nos llevara. Punta Sal estaba como a unos veinte
kilómetros al norte, era imposible ir a pie. Probablemente encontraríamos quien
nos lleve, de lo contrario contrataríamos un par de taxis o esperar en la
parada de los buses interprovinciales.
La última vez que estuve en Punta Sal fue cuando tenía ocho
años, coincidió con el último año de estadía en el campamento de PetroPerú.
Fuimos toda la familia a la casa de unos amigos de mis padres. Según lo que
había escuchado y por las fotos de amigos que habían estado allá recientemente,
la infraestructura de la playa había cambiado mucho y se habían construido un
par de hoteles y un club náutico. Esa no era la imagen que yo tenía de Punta
Sal. En mi mente todavía estaba la playa larga con abundante arena flanqueada
como todas las playas del Perú por unos enormes cerros. No había malecón,
tampoco alumbrado público, el agua tenía que ser comprada en cisterna. Las casas
frente al mar eran rústicas y pequeñas, en su mayoría casas de verano. La
casita con mallas de celosía verde que nosotros habitamos por una semana tenía
una amplia terraza con muebles hechos de tronco de madera y poseía vista
directa al mar. El cuarto que yo usaba contaba con dos camarotes que compartía
con mi hermana y dos pequeñas amistades que habíamos invitado para hacernos
compañía, algo no necesario ya que había muchas cosas que hacer en la playa y
nuevos lugares que descubrir. Me acuerdo que una vez hicimos una caminata al
borde del cerro, según nosotros era un sitio virgen que no había sido pisado
por hombres en el que habitaban animales salvajes. Un lugareño nos había
contado que nos podíamos topar con un enorme cocodrilo o un lobo feroz. Fuimos preparados
con linternas y palos para defendernos de aquellos monstruos. Nos alejamos de
la playa hasta llegar a una estrecha vertiente seca y caminamos por el trecho
hacia arriba en dirección Este. Al borde de la vertiente había restos de
árboles arrancados, ollas de cocina regadas, desmonte y un zapato viejo con
hueco en la lengua. El olor era fétido, pero eso no desalentó nuestra
curiosidad. Estábamos dispuestos a todo, queríamos enfrentarnos cara a cara con
animales salvajes y llevarlos de regreso como muestra de nuestro descubrimiento
a nuestros padres. No encontramos a ningún animal vivo, sólo los restos de una
mandíbula de algo que parecía ser un cocodrilo o tal vez un burro, lo dejamos y
seguimos caminando. A medida que avanzábamos la luz del día desaparecía. La
pérdida de iluminación sumada a los aullidos de lo que para nosotros era un
lobo, nos aterrorizó, entramos en pánico y salimos corriendo de regreso a
nuestros padres.
Para algunos como Felipe y José, la víspera sería el último
día de playa. Al día siguiente a la misma hora estarían tomando sus respectivos
buses o aviones rumbo a la capital. El despliegue, las demoras y las
cancelaciones estarían a la orden del día en las terminales. Por eso Felipe no
quiso desperdiciar un minuto más de lo que quedaba del día, ordenó que le
trajeran dos six pack de
cerveza para compartirlos con nosotros. Brindamos por todos, por la playa, la
buena vida y las mujeres. El brindis no pudo llegar a mejor hora porque ya
estaba sintiendo un dolor en el arco de mis pies por la caminata kilométrica
que habíamos tenido. Mi espalda estaba igualmente resentida por lo que me
recosté boca abajo en la arena, siendo una postura difícil para tomar cerveza
pedí que me trajeran un sorbete. Así quedé, echado y chupando cerveza con
cañita, eventualmente combinando la bebida con unos Marlboros rojos.
—Oye Mudo cómo la estás pasando —dije.
—No me puedo quejar, estoy bastante relajado. Le dije a María
Isabel que nos encontrábamos en la playa hoy, debe aparecer en cualquier
momento.
María Isabel optó por dormir la mayor parte del día. No habló
con su enamorado y preveíamos que terminaría con él. Estaba cansada y no tenía
ánimos de ver gente. Sus amigas la animaron para tomar el sol y pasar el día
conversando a la orilla del mar, pero no pudieron convencerla, después de lo
que le había pasada no era de esperarse menos. Aunque el Mudo tenía confianza
en que ella vendría, le hizo prometerle que saldría, aunque sea un rato para
airearse.
—Sabes lo que me gustaría hacer —dijo el Mudo— caminar por el
lado derecho de la playa, se ve hermoso desde aquí, después de las chozas de
los pescadores no hay nada más que arena y mar.
—Te prometo que eso lo podemos hacer mañana o pasado, vamos a
tener tiempo de sobra para pasear —dije—. Tengo una idea, deberías convencer a
María Isabel para que se quede con nosotros, no sé cuál será su plan, a lo
mejor ya debe estar pensando en regresarse, creo que le haría bien alargar sus
vacaciones.
—También a mí se me había ocurrido... me habías hablado algo
de ella, todavía piensas que la mala suerte en sus relaciones es su destino.
—No te lo puedo asegurar a un cien por ciento porque no soy Dios.
Yo quisiera que no fuera así, quisiera que las cosas cambiaran por su bien y
felicidad. Su pasado no la favorece, creo que el mismo patrón de maltrato se
repite en su madre y luego en ella. Le va a ser difícil romper el molde, como
mi abuela decía hay gente que nace para sufrir.
Noté un cierto interés en el Mudo por saber más de la vida de
María Isabel.
—Cuando hablé con ella me pareció dulce y encantadora, a la
misma vez había dolor e inseguridad en sus ojos, yo sé que no debería decirlo
porque la conocí en una situación en la que podría estar hablando por pena,
pero creo que necesita cariño y afecto... siento algo extraño por ella... como
ganas de... protegerla o darle lo que necesita —dijo el Mudo muy convencido de
lo que decía.
—No es mala tu idea Mudo, ella es una chica especial y tú
también, puede que hagan una buena pareja. Todavía no has visto el cuerpo que
se maneja, si ya tienes interés espérate a que la veas en tanguita —dije.
—Hablando de tanguitas, la amiga que me presentaste está como
quiere.
—Eso estaba pensando hace un rato, hay algo que nunca me ha
gustado de ella: su vanidad, y su manera de pensar. Siento que somos
incompatibles. No fuimos hechos el uno para el otro, sin embargo, cuando la vi
en la orilla del mar me gustó tanto que hasta se me paró el pájaro, no me había
pasado eso antes con ella. La empecé a
ver de otra manera.
—Es porque te gusta.
—No lo sé... la conozco tanto que no sé si valga la pena.
—A lo mejor por pensar de esa manera te estás perdiendo de
algo bueno —concluyó el Mudo.
Comentarios